Desde niños aprendemos a digerir los fracasos como parte de nuestra vida, aunque es en esos primeros años cuando más nos cuesta entender y asumir el porqué de las derrotas. Y es que no todos reaccionamos del mismo modo a la hora de afrontarlas y, sobre todo, de recomponernos y seguir adelante.
Muchos padres se preguntan por qué sus hijos tiran la toalla en cuanto se topan con la mínima dificultad mientras que otros son capaces de luchar y perseverar hasta conseguir lo que quieren. Es tan sencillo como que algunos niños necesitan un pequeño empujón para no hundirse emocionalmente y salir del bache. Y el papel de los padres en ese impulso ante el fracaso resulta vital a la hora de prevenir que el miedo al fracaso impida a sus hijos querer aprender nuevas cosas o evolucionar.
Predica con el ejemplo: los niños deben percibir que los fracasos son parte de la vida a través de ejemplos cercanos. Por ello, una muy buena idea es que, llegado el momento, los padres compartan con sus hijos situaciones de derrota similares que hayan vivido en el pasado y de las que hayan salido adelante. Compartir este tipo de vivencias permite a los hijos superar sus miedos y normalizar las situaciones de fracaso.
Aprender de los errores: siempre hay que enseñarles que el fracaso es una oportunidad de aprendizaje. Ante cada problema, haz que se pregunte: «¿Qué he aprendido?». Solo así irá adquiriendo la experiencia necesaria para solucionar sus propios problemas en el futuro, de forma que su personalidad se modele con una actitud resolutiva. Asimismo, es muy importante que vayamos animándoles con frases positivas que les hagan ver que el proceso por el que están pasando es normal y forma parte de su aprendizaje: «Cada vez lo haces mejor», «la próxima vez no te caerás», «ya casi te sale», …etc.
Deja que se «caigan»: por mucho que nos duela, debemos que dejar a nuestros hijos se equivoquen para que sean capaces de aprender por sí mismos de sus errores. Si les facilitamos todas las tareas en el futuro no serán capaces de enfrentarse a sus problemas, porque nunca hemos dejado que se les plantee un reto.
No cedas ante la rabieta: puede que la primera reacción del niño ante un fracaso sea el llanto y la rabieta, como consecuencia de la frustración interna que sienten. En ningún caso debemos ceder para evitar que se comporten así cada vez que quieran resolver un problema. Lo mejor es ayudarles a razonar con serenidad y esperar a que se calmen.
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Márcales objetivos razonables: edúcales en la necesidad del esfuerzo y la constancia, pero siempre dentro de sus posibilidades. Es preferible que vayan superando pequeños retos a que se frustren por no conquistar uno demasiado ambicioso. Además, si les haces comprender sus pequeños progresos, querrán seguir avanzando cada vez más.
Recompensa sus esfuerzos: el refuerzo positivo es muy necesario cuando un niño se encuentra en el camino de resolver un dilema o enfrentarse a sus miedos. El apoyo de los padres le dará mayor confianza en sí mismo para levantarse cuantas veces sea necesario y volver a intentarlo.
No lo etiquetes: a veces, son los propios padres los que limitan las capacidades de sus hijos encasillándoles con frases como: «Tú es que eres de letras», «a ti los deportes no se te dan bien» o «a tu hermano no le costaba tanto». Muchos niños tiran la toalla ante actitudes como estas que no motivan su esfuerzo ni su interés.
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