La preocupación por llevar un estilo de vida saludable y seguir una dieta equilibrada nos lleva a buscar en el supermercado productos considerados beneficiosos para su salud, aunque impliquen un aumento considerable del precio del carrito de la compra. Una tarea nada fácil, teniendo en cuenta la naturaleza de los nuevos alimentos que abundan en ingredientes y compuestos químicos y que, al fin y al cabo, son nuestro pan de cada día. Por su parte, la industria alimentaria también se ha adaptado a esta tendencia, buscando enfocar su publicidad hacia los nuevos intereses del consumidor. Esto nos puede llevar a cometer errores si nos guiamos por la presentación y el reclamo del envase, en lugar de por el contenido nutricional descrito en el etiquetado, la composición y los ingredientes.
Además, conocer la composición de cada producto es imprescindible para las personas con algún tipo de intolerancia alimentaria, como el gluten, la lactosa, la fructosa, la sacarosa y a los aditivos alimentarios utilizados para realzar sabores.
Por eso, los expertos en nutrición del Instituto Médico Europeo de la Obesidad (IMEO) reclaman una normativa nacional clara que regule la publicidad de productos con perfiles nutricionales inadecuados. Productos que se promocionan bajo reclamos atractivos como «light; bajos en grasa, sal o azúcares; enriquecidos con vitaminas y minerales; naturales o de elaboración casera; integrales o los que contienen aceites vegetales», que a menudo se recomiendan como saludables o para perder peso.
Toma nota de estos consejos prácticos que los expertos del IMEO ofrecen para orientarte en la lectura del etiquetado de productos en el supermercado:
«Light»
“Un producto light es aquel que aporta, al menos, un 30% de kilocalorías menos que sus similares”, subraya Carmen Escalada, nutricionista clínica del IMEO, “pero no nos asegura un bajo aporte calórico y si se toma en cantidades puede elevar el riesgo a ganar peso”.
Otro recurso muy utilizado por la industria para convencernos que podemos tomar ampliamente sus productos y adelgazar es el empleo de los términos «bajo en grasas» o «sin azúcares añadidos». Que un producto lleve uno de estos slogan no nos garantiza un bajo aporte calórico, debido al gran efecto que tienen sobre el sabor, muchos productos a los que se les han reducido las grasas llevan más azúcares y viceversa.
Enriquecidos con vitaminas y minerales
En muchas ocasiones, la publicidad de los productos alimenticios utiliza una determinada característica del mismo, como puede ser una suplementación en vitaminas o minerales, considerada por la gran parte de los consumidores como algo beneficioso, para ocultar otra que no lo sea tanto, como aceite de palma, azúcar o edulcorantes, conservantes, colorantes, etc. Un ejemplo son los zumos multivitamínicos que suelen llevar elevadísimas cantidades de azúcar, de modo que es más conveniente tomar fruta entera.
Falsos integrales
Los derivados (pan, pasta) de cereales integrales son más recomendables que los refinados que aportan menos fibra, vitaminas y minerales. Además, los cereales integrales nos sacian más y no elevan tan bruscamente los niveles de azúcar en sangre. En España, si un producto aporta 3 gramos de fibra ya puede ser anunciado como “fuente de fibra” y, si supera los 6 gramos, como “alto contenido en fibra”. Sin embargo, esto no garantiza que el producto sea integral, ya que se le puede haber añadido posteriormente la fibra en forma de salvado. Para asegurarnos de que así sea, debemos leer detenidamente la lista de ingredientes. En ella, debe aparecer la harina o sémola integral o de grano entero como primer ingrediente. En cualquier otro caso no estaremos frente a un alimento integral.
Productos «caseros»
Para que un producto pueda ser etiquetado como de “elaboración casera” tiene que haber sido fabricado de una manera artesanal comprobada. Lo podemos ver en la lista de ingredientes (deben ser de calidad, en su estado más natural y sometidos a una rigurosa selección), los procesos de elaboración (deben llevarse a cabo de la manera más natural posible, sin ser acelerados física o químicamente) y cuando es libre de aditivos o tenerlos muy limitados. En muchos casos se utiliza con el mismo fin el término “natural”. Puede hacerse cuando el producto al que nos referimos no haya sido sometido a algún proceso que modifique las características físico químicas autorizadas y reconocidas. Sin embargo, que un producto sea natural no nos asegura que su salubridad sea mayor.
«Aceites vegetales»
El problema en este sentido viene cuando la industria emplea para la lista de ingredientes de un producto dado términos como “aceites o grasas vegetales” para hacer pensar al consumidor que éstas son saludables, cuando en realidad no siempre lo son. Debido a que son innumerables los productos alimenticios que incluyen grasas o aceites en su composición (snacks, salsas, galletas, precocinados, helados, crema de cacao), la nutricionista del IMEO recomienda leer bien las etiquetas para conocer si éstas son o no saludables.
En general, el consumidor debe evitar aquellos productos cuyo etiquetado no especifique que tipo de grasa lleva (aceite de oliva, de girasol, mantequilla…) y en cambio sólo aparezca el término grasas vegetales. “En este último caso casi seguro que se trata de grasas poco saludables, como el aceite de palma o coco”, apunta Escalada.
Frescos contra enlatados
A la hora de elegir un alimento, por ejemplo entre pescado fresco o enlatado, siempre debería ganar el primero, tanto por calidad nutricional, como en sabor. Sin embargo, si se eligen bien, las latas pueden tener cabida perfectamente en una alimentación saludable. Por ello nos tenemos que fijar en los siguientes aspectos de la etiqueta de las latas:
• Nutrientes: Su presencia en las latas suele ser menor que en los productos frescos, pero hay que tener en cuenta que ellos también pierden como consecuencia del cocinado.
• Sal: Es el principal problema de los enlatados ya que al utilizarse como conservante y potenciador del sabor aparece en mayor concentración en las latas.
• Fuentes de grasas: Debemos huir de aquellas en las que aparezcan expresiones como «grasas o aceites vegetales» y decantarnos por las que incluyan aceite de oliva virgen.
Claves para entender el etiquetado
El objetivo del etiquetado de los productos alimenticios es garantizar a los consumidores una información completa sobre el contenido y la composición de dichos productos, a fin de proteger su salud e intereses. “La clave es fijarse no en la imagen atractiva del envasado, sino en el etiquetado obligatorio de los alimentos preenvasados”, aconseja la nutricionista del IMEO Estefanía Ramo, destacando los siguiente puntos que deben aparecer allí:
1. Nombre del alimento.
2. Ingredientes en orden decreciente de peso, aditivos alimentarios, si causa hipersensibilidad (cereales con gluten, crustáceos, huevos, pescados, maní, soja, leche, lácteos, nueces y sulfitos a partir de cierta concentración), así como cantidad del agua añadida.
3. Contenido neto y peso escurrido, indicado en volumen o peso.
4. Nombre y dirección del fabricante, envasador, distribuidor, importador, exportador o vendedor del alimento.
5. País de origen.
6. Identificación del lote grabada o marcada que permita identificar la fábrica productora.
7. Fecha de duración mínima e instrucciones para la conservación. Como excepción, esta información no es requerida para frutas y hortalizas frescas, patatas que no hayan sido peladas, cortadas o tratadas; vinos y todas sus variedades, bebidas alcohólicas que contengan el 10% o más de alcohol por volumen; productos de panadería que normalmente se consumen en menos de 24 horas; condimentos como vinagre, sal, azúcar sólido; productos de confitería consistentes en azúcares aromatizados y/o coloreados; goma de mascar.
8. Instrucciones para el uso: modo de empleo para la correcta utilización del alimento.
¿Qué significa que un producto es «bajo en…»?
• Bajo en calorías: presenta un máximo de 40 Kcal por 100 gr.
• Bajo en grasas: se puede emplear para aquellos productos que tienen menos de 3 gramos de grasas por cada 100 gramos de producto.
• Libre de grasas: sirve para aquellos productos con menos de 0,5 gramos de grasa por cada 100 gramos.
Con respecto a estos dos últimos, no sólo hay que fijarnos en la cantidad total de grasas que tenga, sino en la calidad de las mismas para que sea saludable. Por ejemplo, el aceite de oliva virgen extra no es bajo en grasa, pero tiene muchas ventajas a nivel cardiovascular.
• Bajo en azúcares: indica que el producto contiene menos de 5 gramos de azúcar por cada 100 gramos.
• Sin azúcares añadidos: indica que a lo largo de la elaboración de un producto no se le han añadido azúcares extra, pero no significa que no los lleve naturalmente. El ejemplo más claro son los zumos o mermeladas sin azúcares añadidos, ya que los tienen de manera natural en la fruta con la que se han elaborado.
• Bajo en sal: los productos que pueden llevar esta mención son los que presentan menos de 0,12 gramos de sodio por cada 100 gramos.
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