Muchos expertos definen el estrés como la tendencia a vivir pensando constantemente en el futuro, sin prestar atención al momento presente. Esto implica estar excesivamente condicionado por las preocupaciones de tareas por concluir, problemas sin resolver, incógnitas que se puedan plantear, proyectos por desarrollar, etc. Podemos caer en la tentación de pensar que el estrés es solo un estado mental que afecta a nivel psicológico. Sin embargo, cada vez más, los médicos nos advierten de los efectos físicos del estrés en nuestro organismo, que vienen causados por la liberación de sustancias químicas, especialmente en los casos crónicos.
El estrés es una reacción natural de nuestro cuerpo que, a nivel evolutivo, tiene el objetivo de preparar la respuesta rápida ante cualquier amenaza. Por eso, sabemos que nuestro organismo está preparado para hacer frente a las situaciones de estrés, pero no al estrés crónico. ¿Qué sucede físicamente en nuestro cuerpo cuando nos instalamos en una situación crónica de estrés?
Por un lado, la amígdala, el centro de emociones del cerebro produce como respuesta una proteína llamada neuropsina que causa una respuesta química en cadena de nuestro organismo. Así, las glándulas suprarrenales segregan adrenalina, que aumenta el ritmo cardiaco y la presión arterial, acelera la respiración y aumenta la glucosa en sangre (para estar más alerta). Estos cambios afectan al funcionamiento del hígado directamente, que tiene que realizar un sobreesfuerzo. Las mismas glándulas segregan cortisol, que aumenta el azúcar en sangre y adormece el sistema inmune (lo que causa que estemos mucho más vulnerables a las enfermedades).
Por otro lado, el estrés provoca también una secreción inusual de norepinefrina que acelera la actividad nerviosa y cardíaca. El estrés también provoca la disminución de la serotonina, lo que afecta a la regulación del sueño, el apetito o la temperatura corporal, así como de dopamina, responsable de la sensación de bienestar.
Efectos del estrés en la piel
Asimismo, el estrés provoca una aceleración de la respiración que acaba por oxigenar de forma deficiente el organismo, lo que, de forma continuada genera una sensación de fatiga, angustia, problemas de memoria, etc. Los problemas de oxigenación también afectan a la piel, que pasa a un segundo plano mientras se abastecen los órganos más vitales. Esto agrava desde el aspecto habitual de la piel (arrugas, tez apagada, tono grisáceo), hasta problemas existentes como el acné o la psoriasis.
Por su parte, el estrés permanente requiere una agudización natural de los sentidos que acaba generando un agotamiento psicológico del que probablemente no seamos conscientes en toda su dimensión. También ocurre a nivel físico, como consecuencia de la tensión muscular involuntaria, que acaba por desencadenar molestias y lesiones.
Todas estas alteraciones físicas y químicas que se producen en el organismo como consecuencia del estrés crónico, acaban generando problemas y enfermedades que nos son muy familiares. Tales como obesidad, insomnio, úlceras, problemas de fertilidad, enfermedad cardiovascular, depresión y, en general, mayor vulnerabilidad a sufrir enfermedades graves como el cáncer.